Catequesis
By : Nuestra señora del Valle y San Vicente Palotti
La Catequesis
160. El envío misionero del Señor incluye el
llamado al crecimiento de la fe cuando indica: «enseñándoles a observar todo lo
que os he mandado» (Mt 28,20).
Así queda claro que el primer anuncio debe provocar también un camino de
formación y de maduración. La evangelización también busca el crecimiento, que
implica tomarse muy en serio a cada persona y el proyecto que Dios tiene sobre
ella. Cada ser humano necesita más y más de Cristo, y la evangelización no
debería consentir que alguien se conforme con poco, sino que pueda decir
plenamente: «Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí» (Ga 2,20).
161. No sería correcto interpretar este
llamado al crecimiento exclusiva o prioritariamente como una formación
doctrinal. Se trata de «observar» lo que el Señor nos ha indicado, como
respuesta a su amor, donde se destaca, junto con todas las virtudes, aquel
mandamiento nuevo que es el primero, el más grande, el que mejor nos identifica
como discípulos: «Éste es mi mandamiento, que os améis unos a otros como yo os
he amado» (Jn 15,12). Es
evidente que cuando los autores del Nuevo Testamento quieren reducir a una
última síntesis, a lo más esencial, el mensaje moral cristiano, nos presentan
la exigencia ineludible del amor al prójimo: «Quien ama al prójimo ya ha cumplido la ley [...] De modo
que amar es cumplir la ley entera» (Rm 13,8.10).
Así san Pablo, para quien el precepto del amor no sólo resume la ley sino que
constituye su corazón y razón de ser: «Toda la ley alcanza su plenitud en este solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Ga 5,14). Y presenta a sus comunidades la
vida cristiana como un camino de crecimiento en el amor: «Que el Señor os haga
progresar y sobreabundar en el amor de unos con otros, y en el amor para con
todos» (1 Ts 3,12).
También Santiago exhorta a los cristianos a cumplir «la ley realsegún la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (2,8), para no fallar
en ningún precepto.
162. Por otra parte, este camino de
respuesta y de crecimiento está siempre precedido por el don, porque lo
antecede aquel otro pedido del Señor: «bautizándolos en el nombre…» (Mt 28,19). La filiación que el Padre
regala gratuitamente y la iniciativa del don de su gracia (cf. Ef 2,8-9; 1 Co 4,7) son la condición de posibilidad
de esta santificación constante que agrada a Dios y le da gloria. Se trata de
dejarse transformar en Cristo por una progresiva vida «según el Espíritu» (Rm 8,5).
163. La educación y la catequesis están al
servicio de este crecimiento. Ya contamos con varios textos magisteriales y
subsidios sobre la catequesis ofrecidos por la Santa Sede y por diversos
episcopados. Recuerdo la Exhortación apostólica Catechesi Tradendae (1979), el Directorio
general para la catequesis (1997)
y otros documentos cuyo contenido actual no es necesario repetir aquí. Quisiera
detenerme sólo en algunas consideraciones que me parece conveniente destacar.
164. Hemos redescubierto que también en la
catequesis tiene un rol fundamental el primer anuncio o «kerygma», que
debe ocupar el centro de la actividad evangelizadora y de todo intento de
renovación eclesial. El kerygma es trinitario. Es el fuego del
Espíritu que se dona en forma de lenguas y nos hace creer en Jesucristo, que
con su muerte y resurrección nos revela y nos comunica la misericordia infinita
del Padre. En la boca del catequista vuelve a resonar siempre el primer
anuncio: «Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte, y ahora está vivo a tu
lado cada día, para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte». Cuando a
este primer anuncio se le llama «primero», eso no significa que está al
comienzo y después se olvida o se reemplaza por otros contenidos que lo
superan. Es el primero en un sentido cualitativo, porque es el anuncio principal, ese que siempre hay
que volver a escuchar de diversas maneras y ese que siempre hay que volver a
anunciar de una forma o de otra a lo largo de la catequesis, en todas sus
etapas y momentos[126].
Por ello, también «el sacerdote, como la Iglesia, debe crecer en la conciencia
de su permanente necesidad de ser evangelizado»[127].
165. No hay que pensar que en la catequesis
el kerygma es abandonado en pos de una formación
supuestamente más «sólida». Nada hay más sólido, más profundo, más seguro, más
denso y más sabio que ese anuncio. Toda formación cristiana es ante todo la
profundización del kerygma que se va haciendo carne cada vez más
y mejor, que nunca deja de iluminar la tarea catequística, y que permite
comprender adecuadamente el sentido de cualquier tema que se desarrolle en la
catequesis. Es el anuncio que responde al anhelo de infinito que hay en todo
corazón humano. La centralidad del kerygma demanda ciertas características del
anuncio que hoy son necesarias en todas partes: que exprese el amor salvífico
de Dios previo a la obligación moral y religiosa, que no imponga la verdad y
que apele a la libertad, que posea unas notas de alegría, estímulo, vitalidad,
y una integralidad armoniosa que no reduzca la predicación a unas pocas doctrinas
a veces más filosóficas que evangélicas. Esto exige al evangelizador ciertas
actitudes que ayudan a acoger mejor el anuncio: cercanía, apertura al diálogo,
paciencia, acogida cordial que no condena.
166. Otra característica de la catequesis,
que se ha desarrollado en las últimas décadas, es la de una iniciaciónmistagógica[128],
que significa básicamente dos cosas: la necesaria progresividad de la
experiencia formativa donde interviene toda la comunidad y una renovada
valoración de los signos litúrgicos de la iniciación cristiana. Muchos manuales
y planificaciones todavía no se han dejado interpelar por la necesidad de una
renovación mistagógica, que podría tomar formas muy diversas de acuerdo con el
discernimiento de cada comunidad educativa. El encuentro catequístico es un
anuncio de la Palabra y está centrado en ella, pero siempre necesita una
adecuada ambientación y una atractiva motivación, el uso de símbolos
elocuentes, su inserción en un amplio proceso de crecimiento y la integración
de todas las dimensiones de la persona en un camino comunitario de escucha y de
respuesta.
167. Es bueno que toda catequesis preste una
especial atención al «camino de la belleza» (via pulchritudinis)[129].
Anunciar a Cristo significa mostrar que creer en Él y seguirlo no es sólo algo
verdadero y justo, sino también bello, capaz de colmar la vida de un nuevo
resplandor y de un gozo profundo, aun en medio de las pruebas. En esta línea, todas
las expresiones de verdadera belleza pueden ser reconocidas como un sendero que
ayuda a encontrarse con el Señor Jesús. No se trata de fomentar un relativismo
estético[130],
que pueda oscurecer el lazo inseparable entre verdad, bondad y belleza, sino de
recuperar la estima de la belleza para poder llegar al corazón humano y hacer resplandecer
en él la verdad y la bondad del Resucitado. Si, como dice san Agustín, nosotros
no amamos sino lo que es bello[131],
el Hijo hecho hombre, revelación de la infinita belleza, es sumamente amable, y
nos atrae hacia sí con lazos de amor. Entonces se vuelve necesario que la
formación en la via
pulchritudinis esté inserta
en la transmisión de la fe. Es deseable que cada Iglesia particular aliente el
uso de las artes en su tarea evangelizadora, en continuidad con la riqueza del
pasado, pero también en la vastedad de sus múltiples expresiones actuales, en
orden a transmitir la fe en un nuevo «lenguaje parabólico»[132].
Hay que atreverse a encontrar los nuevos signos, los nuevos símbolos, una nueva
carne para la transmisión de la Palabra, las formas diversas de belleza que se
valoran en diferentes ámbitos culturales, e incluso aquellos modos no
convencionales de belleza, que pueden ser poco significativos para los evangelizadores,
pero que se han vuelto particularmente atractivos para otros.
168. En lo que se refiere a la propuesta
moral de la catequesis, que invita a crecer en fidelidad al estilo de vida del
Evangelio, conviene manifestar siempre el bien deseable, la propuesta de vida,
de madurez, de realización, de fecundidad, bajo cuya luz puede comprenderse
nuestra denuncia de los males que pueden oscurecerla. Más que como expertos en
diagnósticos apocalípticos u oscuros jueces que se ufanan en detectar todo peligro
o desviación, es bueno que puedan vernos como alegres mensajeros de propuestas
superadoras, custodios del bien y la belleza que resplandecen en una vida fiel
al Evangelio.
169. En una civilización paradójicamente
herida de anonimato y, a la vez obsesionada por los detalles de la vida de los
demás, impudorosamente enferma de curiosidad malsana, la Iglesia necesita la
mirada cercana para contemplar, conmoverse y detenerse ante el otro cuantas
veces sea necesario. En este mundo los ministros ordenados y los demás agentes
pastorales pueden hacer presente la fragancia de la presencia cercana de Jesús
y su mirada personal. La Iglesia tendrá que iniciar a sus hermanos —sacerdotes,
religiosos y laicos— en este «arte del acompañamiento», para que todos aprendan
siempre a quitarse las sandalias ante la tierra sagrada del otro (cf. Ex 3,5). Tenemos que darle a nuestro
caminar el ritmo sanador de projimidad, con una mirada respetuosa y llena de
compasión pero que al mismo tiempo sane, libere y aliente a madurar en la vida
cristiana.
170. Aunque suene obvio, el acompañamiento
espiritual debe llevar más y más a Dios, en quien podemos alcanzar la verdadera
libertad. Algunos se creen libres cuando caminan al margen de Dios, sin
advertir que se quedan existencialmente huérfanos, desamparados, sin un hogar
donde retornar siempre. Dejan de ser peregrinos y se convierten en errantes,
que giran siempre en torno a sí mismos sin llegar a ninguna parte. El
acompañamiento sería contraproducente si se convirtiera en una suerte de
terapia que fomente este encierro de las personas en su inmanencia y deje de
ser una peregrinación con Cristo hacia el Padre.
171. Más que nunca necesitamos de hombres y
mujeres que, desde su experiencia de acompañamiento, conozcan los procesos
donde campea la prudencia, la capacidad de comprensión, el arte de esperar, la
docilidad al Espíritu, para cuidar entre todos a las ovejas que se nos confían
de los lobos que intentan disgregar el rebaño. Necesitamos ejercitarnos en el
arte de escuchar, que es más que oír. Lo primero, en la comunicación con el
otro, es la capacidad del corazón que hace posible la proximidad, sin la cual
no existe un verdadero encuentro espiritual. La escucha nos ayuda a encontrar el
gesto y la palabra oportuna que nos desinstala de la tranquila condición de
espectadores. Sólo a partir de esta escucha respetuosa y compasiva se pueden
encontrar los caminos de un genuino crecimiento, despertar el deseo del ideal
cristiano, las ansias de responder plenamente al amor de Dios y el anhelo de
desarrollar lo mejor que Dios ha sembrado en la propia vida. Pero siempre con
la paciencia de quien sabe aquello que enseñaba santo Tomás de Aquino: que
alguien puede tener la gracia y la caridad, pero no ejercitar bien alguna de
las virtudes «a causa de algunas inclinaciones contrarias» que persisten[133].
Es decir, la organicidad de las virtudes se da siempre y necesariamente «in
habitu», aunque los condicionamientos puedan dificultar las operaciones de esos hábitos virtuosos. De ahí que
haga falta «una pedagogía que lleve a las personas, paso a paso, a la plena
asimilación del misterio»[134].
Para llegar a un punto de madurez, es decir, para que las personas sean capaces
de decisiones verdaderamente libres y responsables, es preciso dar tiempo, con
una inmensa paciencia. Como decía el beato Pedro Fabro: «El tiempo es el
mensajero de Dios».
172. El acompañante sabe reconocer que la
situación de cada sujeto ante Dios y su vida en gracia es un misterio que nadie
puede conocer plenamente desde afuera. El Evangelio nos propone corregir y
ayudar a crecer a una persona a partir del reconocimiento de la maldad objetiva
de sus acciones (cf. Mt 18,15), pero sin emitir juicios sobre
su responsabilidad y su culpabilidad (cf. Mt 7,1; Lc 6,37). De todos modos, un buen
acompañante no consiente los fatalismos o la pusilanimidad. Siempre invita a
querer curarse, a cargar la camilla, a abrazar la cruz, a dejarlo todo, a salir
siempre de nuevo a anunciar el Evangelio. La propia experiencia de dejarnos
acompañar y curar, capaces de expresar con total sinceridad nuestra vida ante
quien nos acompaña, nos enseña a ser pacientes y compasivos con los demás y nos
capacita para encontrar las maneras de despertar su confianza, su apertura y su
disposición para crecer.
173. El auténtico acompañamiento espiritual
siempre se inicia y se lleva adelante en el ámbito del servicio a la misión
evangelizadora. La relación de Pablo con Timoteo y Tito es ejemplo de este
acompañamiento y formación en medio de la acción apostólica. Al mismo tiempo
que les confía la misión de quedarse en cada ciudad para «terminar de
organizarlo todo» (Tt 1,5;
cf. 1 Tm 1,3-5), les da criterios para la vida
personal y para la acción pastoral. Esto se distingue claramente de todo tipo
de acompañamiento intimista, de autorrealización aislada. Los discípulos
misioneros acompañan a los discípulos misioneros.
174. No sólo la homilía debe alimentarse de
la Palabra de Dios. Toda la evangelización está fundada sobre ella, escuchada,
meditada, vivida, celebrada y testimoniada. Las Sagradas Escrituras son fuente
de la evangelización. Por lo tanto, hace falta formarse continuamente en la
escucha de la Palabra. La Iglesia no evangeliza si no se deja continuamente
evangelizar. Es indispensable que la Palabra de Dios «sea cada vez más el
corazón de toda actividad eclesial»[135].
La Palabra de Dios escuchada y celebrada, sobre todo en la Eucaristía, alimenta
y refuerza interiormente a los cristianos y los vuelve capaces de un auténtico
testimonio evangélico en la vida cotidiana. Ya hemos superado aquella vieja
contraposición entre Palabra y Sacramento. La Palabra proclamada, viva y
eficaz, prepara la recepción del Sacramento, y en el Sacramento esa Palabra
alcanza su máxima eficacia.
175. El estudio de las Sagradas Escrituras
debe ser una puerta abierta a todos los creyentes[136].
Es fundamental que la Palabra revelada fecunde radicalmente la catequesis y
todos los esfuerzos por transmitir la fe[137].
La evangelización requiere la familiaridad con la Palabra de Dios y esto exige
a las diócesis, parroquias y a todas las agrupaciones católicas, proponer un
estudio serio y perseverante de la Biblia, así como promover su lectura orante
personal y comunitaria.[138] Nosotros no buscamos a tientas ni
necesitamos esperar que Dios nos dirija la palabra, porque realmente «Dios ha
hablado, ya no es el gran desconocido sino que se ha mostrado»[139].
Acojamos el sublime tesoro de la Palabra revelada.
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Predicación
By : Nuestra señora del Valle y San Vicente Palotti
Palabras que hacen arder los corazones
Exhortación apostólica de Francisco
Un diálogo es mucho más que la comunicación
de una verdad. Se realiza por el gusto de hablar y por el bien concreto que se
comunica entre los que se aman, por medio de las palabras. Es un bien que no
consiste en cosas, sino en las personas mismas que mutuamente se dan en el
diálogo. La predicación puramente moralista o adoctrinadora, y también la que
se convierte en una clase de exégesis, reducen esta comunicación entre
corazones, y tiene que tener un carácter cuasi sacramental: «La fe viene de la
predicación, y la predicación, por la Palabra de Cristo» (Rm 10,17).
En la homilía, la verdad va de la mano de
la belleza y del bien. No se trata de verdades abstractas o de fríos
silogismos, porque se comunica también la belleza de las imágenes que el Señor
utilizaba para estimular a la práctica del bien.
La memoria del pueblo fiel, como la de
María, debe quedar rebosante de las maravillas de Dios. Su corazón, esperanzado
en la práctica alegre y posible del amor que se le comunicó, siente que toda
palabra en la Escritura es primero don antes que exigencia.
El desafío de una prédica inculturada está
en evangelizar la síntesis, no ideas o valores sueltos. Donde está tu síntesis,
allí está tu corazón. La diferencia entre iluminar el lugar de síntesis e
iluminar ideas sueltas es la misma que hay entre el aburrimiento y el ardor del
corazón.
El predicador tiene la hermosísima y
difícil misión de aunar los corazones que se aman, el del Señor y los de su
pueblo. El diálogo entre Dios y su pueblo afianza más la alianza entre ambos y
estrecha el vínculo de la caridad. Durante el tiempo que dura la homilía, los
corazones de los creyentes hacen silencio y lo dejan hablar a Él. El Señor y su
pueblo se hablan de mil maneras directamente, sin intermediarios. Pero en la
homilía quieren que alguien haga de instrumento y exprese los sentimientos, de
manera tal que después cada uno elija por dónde sigue su conversación. La
palabra es esencialmente mediadora y requiere no sólo de los dos que dialogan
sino de un predicador que la represente como tal, convencido de que «no nos
predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como
siervos vuestros por Jesús» (2 Co 4,5).
Hablar de corazón implica tenerlo no sólo
ardiente, sino iluminado por la integridad de la Revelación y por el camino que
esa Palabra ha recorrido en el corazón de la Iglesia y de nuestro pueblo fiel a
lo largo de su historia. La identidad cristiana, que es ese abrazo bautismal
que nos dio de pequeños el Padre, nos hace anhelar, como hijos pródigos —y
predilectos en María—, el otro abrazo, el del Padre misericordioso que nos
espera en la gloria. Hacer que nuestro pueblo se sienta como en medio de estos
dos abrazos es la dura pero hermosa tarea del que predica el Evangelio.
La preparación de la predicación es una
tarea tan importante que conviene dedicarle un tiempo prolongado de estudio,
oración, reflexión y creatividad pastoral. Con mucho cariño quiero detenerme a
proponer un camino de preparación de la homilía. Son indicaciones que para
algunos podrán parecer obvias, pero considero conveniente sugerirlas para
recordar la necesidad de dedicar un tiempo de calidad a este precioso
ministerio.
Algunos párrocos suelen plantear que esto
no es posible debido a la multitud de tareas que deben realizar; sin embargo,
me atrevo a pedir que todas las semanas se dedique a esta tarea un tiempo
personal y comunitario suficientemente prolongado, aunque deba darse menos
tiempo a otras tareas también importantes.
La confianza en el Espíritu Santo que actúa
en la predicación no es meramente pasiva, sino activa y creativa. Implica ofrecerse como
instrumento (cf. Rm 12,1), con todas las propias
capacidades, para que puedan ser utilizadas por Dios. Un predicador que no se
prepara no es «espiritual»; es deshonesto e irresponsable con los dones que ha
recibido.
El culto a la verdad
El primer paso, después de invocar al
Espíritu Santo, es prestar toda la atención al texto bíblico, que debe ser el
fundamento de la predicación. Cuando uno se detiene a tratar de comprender cuál
es el mensaje de un texto, ejercita el «culto a la verdad». Es la humildad del
corazón que reconoce que la Palabra siempre nos trasciende, que no somos «ni
los dueños, ni los árbitros, sino los depositarios, los heraldos, los
servidores».
Esa actitud de humilde y asombrada
veneración de la Palabra se expresa deteniéndose a estudiarla con sumo cuidado
y con un santo temor de manipularla. Para poder interpretar un texto bíblico
hace falta paciencia, abandonar toda ansiedad y darle tiempo, interés y
dedicación gratuita. Hay que
dejar de lado cualquier preocupación que nos domine para entrar en otro ámbito
de serena atención. No vale la pena dedicarse a leer un texto bíblico si uno
quiere obtener resultados rápidos, fáciles o inmediatos.
Por eso, la preparación de la predicación
requiere amor. Uno sólo le dedica un tiempo gratuito y sin prisa a las cosas o
a las personas que ama; y aquí se trata de amar a Dios que ha querido hablar.
A partir de ese amor, uno puede detenerse
todo el tiempo que sea necesario, con una actitud de discípulo: «Habla, Señor,
que tu siervo escucha» (1 S 3,9).
Ante todo conviene estar seguros de comprender
adecuadamente el significado de las palabras que leemos. Quiero insistir en algo
que parece evidente pero que no siempre es tenido en cuenta: el texto bíblico
que estudiamos tiene dos mil o tres mil años, su lenguaje es muy distinto del
que utilizamos ahora. Por más que nos parezca entender las palabras, que están
traducidas a nuestra lengua, eso no significa que comprendemos correctamente
cuanto quería expresar el escritor sagrado.
Son conocidos los diversos recursos que
ofrece el análisis literario: prestar atención a las palabras que se repiten o
se destacan, reconocer la estructura y el dinamismo propio de un texto,
considerar el lugar que ocupan los personajes, etc. Pero la tarea no apunta a
entender todos los pequeños detalles de un texto, lo más importante es
descubrir cuál es el mensaje principal,
el que estructura el texto y le da unidad.
Si el predicador no realiza este esfuerzo,
es posible que su predicación tampoco tenga unidad ni orden; su discurso será
sólo una suma de diversas ideas desarticuladas que no terminarán de movilizar a
los demás.
El mensaje central es aquello que el autor
en primer lugar ha querido transmitir, lo cual implica no sólo reconocer una
idea, sino también el efecto que ese autor ha querido producir. Si un texto fue
escrito para consolar, no debería ser utilizado para corregir errores; si fue
escrito para exhortar, no debería ser utilizado para adoctrinar; si fue escrito
para enseñar algo sobre Dios, no debería ser utilizado para explicar diversas
opiniones teológicas; si fue escrito para motivar la alabanza o la tarea
misionera, no lo utilicemos para informar acerca de las últimas noticias.
Es verdad que, para entender adecuadamente
el sentido del mensaje central de un texto, es necesario ponerlo en conexión
con la enseñanza de toda la Biblia, transmitida por la Iglesia. Éste es un
principio importante de la interpretación bíblica, que tiene en cuenta que el
Espíritu Santo no inspiró sólo una parte, sino la Biblia entera, y que en
algunas cuestiones el pueblo ha crecido en su comprensión de la voluntad de
Dios a partir de la experiencia vivida.
Así se evitan interpretaciones equivocadas
o parciales, que nieguen otras enseñanzas de las mismas Escrituras.
Pero esto no significa debilitar el acento
propio y específico del texto que corresponde predicar.
Uno de los defectos de una predicación
tediosa e ineficaz es precisamente no poder transmitir la fuerza propia del
texto que se ha proclamado.
La personalización de la
Palabra
El predicador «debe ser el primero en tener
una gran familiaridad personal con la Palabra de Dios: no le basta conocer su
aspecto lingüístico o exegético, que es también necesario; necesita acercarse a
la Palabra con un corazón dócil y orante, para que ella penetre a fondo en sus
pensamientos y sentimientos y engendre dentro de sí una mentalidad nueva».
Nos hace bien renovar cada día, cada
domingo, nuestro fervor al preparar la homilía, y verificar si en nosotros
mismos crece el amor por la Palabra que predicamos.
No es bueno olvidar que «en particular, la
mayor o menor santidad del ministro influye realmente en el anuncio de la
Palabra». Como dice san Pablo, «predicamos no buscando agradar a los hombres,
sino a Dios, que examina nuestros corazones» (1 Ts 2,4).
Si está vivo este deseo de escuchar primero
nosotros la Palabra que tenemos que predicar, ésta se transmitirá de una manera
u otra al Pueblo fiel de Dios: «de la abundancia del corazón habla la boca» (Mt 12,34).
Las lecturas del domingo resonarán con todo
su esplendor en el corazón del pueblo si primero resonaron así en el corazón
del Pastor.
Jesús se irritaba frente a esos pretendidos
maestros, muy exigentes con los demás, que enseñaban la Palabra de Dios, pero
no se dejaban iluminar por ella: «Atan cargas pesadas y las ponen sobre los
hombros de los demás, mientras ellos no quieren moverlas ni siquiera con el
dedo» (Mt 23,4).
El Apóstol Santiago exhortaba: «No os
hagáis maestros muchos de vosotros, hermanos míos, sabiendo que tendremos un
juicio más severo» (3,1).
Quien quiera predicar, primero debe estar
dispuesto a dejarse conmover por la Palabra y a hacerla carne en su existencia
concreta. De esta manera, la predicación consistirá en esa actividad tan
intensa y fecunda que es «comunicar a otros lo que uno ha contemplado».
Por todo esto, antes de preparar
concretamente lo que uno va a decir en la predicación, primero tiene que
aceptar ser herido por esa Palabra que herirá a los demás, porque es una
Palabra viva y eficaz, que como
una espada, «penetra hasta la división del alma y el espíritu, articulaciones y
médulas, y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón» (Hb 4,12).
Esto tiene un valor pastoral. También en
esta época la gente prefiere escuchar a los testigos: «tiene sed de
autenticidad […] Exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien
ellos conocen y tratan familiarmente como si lo estuvieran viendo».
No se nos pide que seamos inmaculados, pero
sí que estemos siempre en crecimiento, que vivamos el deseo profundo de crecer
en el camino del Evangelio, y no bajemos los brazos.
Lo indispensable es que el predicador tenga
la seguridad de que Dios lo ama, de que Jesucristo lo ha salvado, de que su
amor tiene siempre la última palabra.
Ante tanta belleza, muchas veces sentirá
que su vida no le da gloria plenamente y deseará sinceramente responder mejor a
un amor tan grande. Pero si no se detiene a escuchar esa Palabra con apertura
sincera, si no deja que toque su propia vida, que le reclame, que lo exhorte,
que lo movilice, si no dedica un tiempo para orar con esa Palabra, entonces sí
será un falso profeta, un estafador o un charlatán vacío.
En todo caso, desde el reconocimiento de su
pobreza y con el deseo de comprometerse más, siempre podrá entregar a
Jesucristo, diciendo como Pedro: «No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te
lo doy» (Hch 3,6).
El Señor quiere usarnos como seres vivos,
libres y creativos, que se dejan penetrar por su Palabra antes de transmitirla;
su mensaje debe pasar realmente a través del predicador, pero no sólo por su
razón, sino tomando posesión de todo su ser.
El Espíritu Santo, que inspiró la Palabra,
es quien «hoy, igual que en los comienzos de la Iglesia, actúa en cada
evangelizador que se deja poseer y conducir por Él, y pone en sus labios las
palabras que por sí solo no podría hallar».
La lectura espiritual
Hay una forma concreta de escuchar lo que
el Señor nos quiere decir en su Palabra y de dejarnos transformar por el
Espíritu. Es lo que llamamos «lectio divina». Consiste en la lectura de la
Palabra de Dios en un momento de oración para permitirle que nos ilumine y nos renueve.
Esta lectura orante de la Biblia no está
separada del estudio que realiza el predicador para descubrir el mensaje
central del texto; al contrario, debe partir de allí, para tratar de descubrir
qué le dice ese mismo mensaje a la propia vida.
La lectura espiritual de un texto debe
partir de su sentido literal. De otra manera, uno fácilmente le hará decir a
ese texto lo que le conviene, lo que le sirva para confirmar sus propias
decisiones, lo que se adapta a sus propios esquemas mentales.
Esto, en definitiva, será utilizar algo
sagrado para el propio beneficio y trasladar esa confusión al Pueblo de Dios.
Nunca hay que olvidar que a veces «el mismo Satanás se disfraza de ángel de
luz» (2 Co 11,14).
En la presencia de Dios, en una lectura
reposada del texto, es bueno preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este
texto? ¿Qué quieres cambiar de mi vida con este mensaje? ¿Qué me molesta en
este texto? ¿Por qué esto no me interesa?», o bien: «¿Qué me agrada? ¿Qué me
estimula de esta Palabra? ¿Qué me atrae? ¿Por qué me atrae?». Cuando uno
intenta escuchar al Señor, suele haber tentaciones.
Una de ellas es simplemente sentirse
molesto o abrumado y cerrarse; otra tentación muy común es comenzar a pensar lo
que el texto dice a otros, para evitar aplicarlo a la propia vida. También
sucede que uno comienza a buscar excusas que le permitan diluir el mensaje
específico de un texto. Otras veces pensamos que Dios nos exige una decisión
demasiado grande, que no estamos todavía en condiciones de tomar.
Esto lleva a muchas personas a perder el
gozo en su encuentro con la Palabra, pero sería olvidar que nadie es más
paciente que el Padre Dios, que nadie comprende y espera como Él. Invita
siempre a dar un paso más, pero no exige una respuesta plena si todavía no
hemos recorrido el camino que la hace posible.
Simplemente quiere que miremos con
sinceridad la propia existencia y la presentemos sin mentiras ante sus ojos,
que estemos dispuestos a seguir creciendo, y que le pidamos a Él lo que todavía
no podemos lograr.
Un oído en el pueblo
El predicador necesita también poner un
oído en el pueblo, para descubrir
lo que los fieles necesitan escuchar. Un predicador es un contemplativo de la
Palabra y también un contemplativo del pueblo. De esa manera, descubre «las
aspiraciones, las riquezas y los límites, las maneras de orar, de amar, de
considerar la vida y el mundo, que distinguen a tal o cual conjunto humano»,
prestando atención «al pueblo concreto con sus signos y símbolos, y respondiendo
a las cuestiones que plantea».
Se trata de conectar el mensaje del texto
bíblico con una situación humana, con algo que ellos viven, con una experiencia
que necesite la luz de la Palabra.
Esta preocupación no responde a una actitud
oportunista o diplomática, sino que es profundamente religiosa y pastoral. En
el fondo es una «sensibilidad espiritual para leer en los acontecimientos el
mensaje de Dios» y esto es mucho
más que encontrar algo interesante para decir.
Lo que se procura descubrir es «lo que el
Señor desea decir en una determinada circunstancia». Entonces, la
preparación de la predicación se convierte en un ejercicio de discernimiento evangélico, donde se
intenta reconocer —a la luz del Espíritu— «una llamada que Dios hace oír en una
situación histórica determinada; en ella y por medio de ella Dios llama al
creyente».
En esta búsqueda es posible acudir
simplemente a alguna experiencia humana frecuente, como la alegría de un
reencuentro, las desilusiones, el miedo a la soledad, la compasión por el dolor
ajeno, la inseguridad ante el futuro, la preocupación por un ser querido, etc.;
pero hace falta ampliar la sensibilidad para reconocer lo que tenga que ver
realmente con la vida de ellos. Recordemos que nunca hay que responder preguntas que nadie se hace;
tampoco conviene ofrecer crónicas de la actualidad para despertar interés: para
eso ya están los programas televisivos. En todo caso, es posible partir de
algún hecho para que la Palabra pueda resonar con fuerza en su invitación a la
conversión, a la adoración, a actitudes concretas de fraternidad y de servicio,
etc., porque a veces algunas personas disfrutan escuchando comentarios sobre la
realidad en la predicación, pero no por ello se dejan interpelar personalmente.
Algunos creen que pueden ser buenos
predicadores por saber lo que tienen que decir, pero descuidan el cómo, la forma concreta de desarrollar
una predicación. Se quejan cuando los demás no los escuchan o no los valoran,
pero quizás no se han empeñado en buscar la forma adecuada de presentar el
mensaje. Recordemos que «la evidente importancia del contenido no debe hacer
olvidar la importancia de los métodos y medios de la evangelización»[124].
La preocupación por la forma de predicar también es una actitud profundamente
espiritual. Es responder al amor de Dios, entregándonos con todas nuestras
capacidades y nuestra creatividad a la misión que Él nos confía; pero también es
un ejercicio exquisito de amor al prójimo, porque no queremos ofrecer a los
demás algo de escasa calidad. En la Biblia, por ejemplo, encontramos la
recomendación de preparar la predicación en orden a asegurar una extensión
adecuada: «Resume tu discurso. Di mucho en pocas palabras» (Si 32,8).
Sólo para ejemplificar, recordemos algunos
recursos prácticos, que pueden enriquecer una predicación y volverla más
atractiva. Uno de los esfuerzos más necesarios es aprender a usar imágenes en
la predicación, es decir, a hablar con imágenes. A veces se utilizan ejemplos
para hacer más comprensible algo que se quiere explicar, pero esos ejemplos
suelen apuntar sólo al entendimiento; las imágenes, en cambio, ayudan a valorar
y aceptar el mensaje que se quiere transmitir. Una imagen atractiva hace que el
mensaje se sienta como algo familiar, cercano, posible, conectado con la propia
vida. Una imagen bien lograda puede llevar a gustar el mensaje que se quiere
transmitir, despierta un deseo y motiva a la voluntad en la dirección del
Evangelio. Una buena homilía, como me decía un viejo maestro, debe contener
«una idea, un sentimiento, una imagen».
Ya decía Pablo VI que los fieles «esperan
mucho de esta predicación y sacan fruto de ella con tal que sea sencilla,
clara, directa, acomodada». La sencillez tiene que ver con el lenguaje
utilizado. Debe ser el lenguaje que comprenden los destinatarios para no correr
el riesgo de hablar al vacío. Frecuentemente sucede que los predicadores usan
palabras que aprendieron en sus estudios y en determinados ambientes, pero que
no son parte del lenguaje común de las personas que los escuchan. Hay palabras
propias de la teología o de la catequesis, cuyo sentido no es comprensible para
la mayoría de los cristianos. El mayor riesgo para un predicador es
acostumbrarse a su propio lenguaje y pensar que todos los demás lo usan y lo
comprenden espontáneamente. Si uno quiere adaptarse al lenguaje de los demás
para poder llegar a ellos con la Palabra, tiene que escuchar mucho, necesita
compartir la vida de la gente y prestarle una gustosa atención. La sencillez y
la claridad son dos cosas diferentes. El lenguaje puede ser muy sencillo, pero
la prédica puede ser poco clara. Se puede volver incomprensible por el
desorden, por su falta de lógica, o porque trata varios temas al mismo tiempo.
Por lo tanto, otra tarea necesaria es procurar que la predicación tenga unidad
temática, un orden claro y una conexión entre las frases, de manera que las
personas puedan seguir fácilmente al predicador y captar la lógica de lo que
les dice.
Otra característica es el lenguaje
positivo. No dice tanto lo que no hay que hacer sino que propone lo que podemos
hacer mejor. En todo caso, si indica algo negativo, siempre intenta mostrar
también un valor positivo que atraiga, para no quedarse en la queja, el
lamento, la crítica o el remordimiento. Además, una predicación positiva
siempre da esperanza, orienta hacia el futuro, no nos deja encerrados en la
negatividad. ¡Qué bueno que sacerdotes, diáconos y laicos se reúnan periódicamente
para encontrar juntos los recursos que hacen más atractiva la predicación!
El diálogo entre ciencia y fe también es
parte de la acción evangelizadora que pacifica.[189] El cientismo y el positivismo se
rehúsan a «admitir como válidas las formas de conocimiento diversas de las
propias de las ciencias positivas»[190].
La Iglesia propone otro camino, que exige una síntesis entre un uso responsable
de las metodologías propias de las ciencias empíricas y otros saberes como la
filosofía, la teología, y la misma fe, que eleva al ser humano hasta el
misterio que trasciende la naturaleza y la inteligencia humana. La fe no le
tiene miedo a la razón; al contrario, la busca y confía en ella, porque «la luz
de la razón y la de la fe provienen ambas de Dios»[191],
y no pueden contradecirse entre sí. La evangelización está atenta a los avances
científicos para iluminarlos con la luz de la fe y de la ley natural, en orden
a procurar que respeten siempre la centralidad y el valor supremo de la persona
humana en todas las fases de su existencia. Toda la sociedad puede verse
enriquecida gracias a este diálogo que abre nuevos horizontes al pensamiento y
amplía las posibilidades de la razón. También éste es un camino de armonía y de
pacificación.
La Iglesia no pretende detener el admirable
progreso de las ciencias. Al contrario, se alegra e incluso disfruta
reconociendo el enorme potencial que Dios ha dado a la mente humana. Cuando el
desarrollo de las ciencias, manteniéndose con rigor académico en el campo de su
objeto específico, vuelve evidente una determinada conclusión que la razón no
puede negar, la fe no la contradice. Los creyentes tampoco pueden pretender que
una opinión científica que les agrada, y que ni siquiera ha sido
suficientemente comprobada, adquiera el peso de un dogma de fe. Pero, en
ocasiones, algunos científicos van más allá del objeto formal de su disciplina
y se extralimitan con afirmaciones o conclusiones que exceden el campo de la
propia ciencia. En ese caso, no es la razón lo que se propone, sino una
determinada ideología que cierra el camino a un diálogo auténtico, pacífico y
fructífero.
Los creyentes nos
sentimos cerca también de quienes, no reconociéndose parte de alguna tradición
religiosa, buscan sinceramente la verdad, la bondad y la belleza, que para
nosotros tienen su máxima expresión y su fuente en Dios. Los percibimos como
preciosos aliados en el empeño por la defensa de la dignidad humana, en la construcción
de una convivencia pacífica entre los pueblos y en la custodia de lo creado. Un
espacio peculiar es el de los llamados nuevos Areópagos,
como el «Atrio de los Gentiles», donde «creyentes y no creyentes pueden
dialogar sobre los temas fundamentales de la ética, del arte y de la ciencia, y
sobre la búsqueda de la trascendencia»[204].
Éste también es un camino de paz para nuestro mundo herido.
Cuando se dice que
algo tiene «espíritu», esto suele indicar unos móviles interiores que impulsan,
motivan, alientan y dan sentido a la acción personal y comunitaria. Una
evangelización con espíritu es muy diferente de un conjunto de tareas vividas
como una obligación pesada que simplemente se tolera, o se sobrelleva como algo
que contradice las propias inclinaciones y deseos. ¡Cómo quisiera encontrar las
palabras para alentar una etapa evangelizadora más fervorosa, alegre, generosa,
audaz, llena de amor hasta el fin y de vida contagiosa! Pero sé que ninguna
motivación será suficiente si no arde en los corazones el fuego del Espíritu.
En definitiva, una evangelización con espíritu es una evangelización con
Espíritu Santo, ya que Él es el alma de la Iglesia evangelizadora. Antes de
proponeros algunas motivaciones y sugerencias espirituales, invoco una vez más
al Espíritu Santo; le ruego que venga a renovar, a sacudir, a impulsar a la
Iglesia en una audaz salida fuera de sí para evangelizar a todos los pueblos.
Tag :
Fraternidad,
Biografía
By : Nuestra señora del Valle y San Vicente Palotti
Biografía y resumen del historial del Padre Darío Betancourt
·
Nacido en
Medellín, Colombia el 6 de agosto de 1939 y fue ordenado sacerdote el 6 de
septiembre de 1964, estudió filosofía y teología en la Universidad
Gregoriana de Roma. En la Pontificia Academia Alfonsiana de la misma
ciudad obtuvo el doctorado en Teología Moral. En la Universidad de
Fordham de New York, obtuvo la licenciatura en psicología. Ejerció el ministerio de Párroco en la Diócesis
de Brooklyn en Nueva York y como Asesor de los Cursillos de Cristiandad. Actualmente
se dedica a dar cursos y seminarios de espiritualidad en muchos países
del mundo, especialmente con médicos y sacerdotes. Autor de numerosos
libros que abordan temas concretos de la fe, se ha convertido en un visitante
asiduo en la provincia de Córdoba. Conocido como uno de los sacerdotes
“sanadores”, el padre Darío Betancourt rechaza de plano esa definición:
“los curas sanadores no existen, el único que cura es Dios”. En este
sentido es contundente y repite: “Yo rezo y la gente también, y lo
que se pone en evidencia es la gracia de Dios”.
Viaja por los 5 continentes predicando en los cinco idiomas que habla a la perfección: español, inglés, francés, italiano y portugués. Pero siempre regresa a Nueva York, a su casa en Queens, que heredó de sus padres. "Allí, muy cerca de mi casa, hay una esquinita argentina, con una imagen de la Virgen de Luján que siempre está llena de flores y donde se reúnen a festejar los argentinos cada vez que ganan al fútbol."
Viaja por los 5 continentes predicando en los cinco idiomas que habla a la perfección: español, inglés, francés, italiano y portugués. Pero siempre regresa a Nueva York, a su casa en Queens, que heredó de sus padres. "Allí, muy cerca de mi casa, hay una esquinita argentina, con una imagen de la Virgen de Luján que siempre está llena de flores y donde se reúnen a festejar los argentinos cada vez que ganan al fútbol."
·
Ampliamente
conocido por su don de la Palabra para transmitir el mensaje del Evangelio, lleva la Palabra de Dios e invita a la
gente a acercarse a la fe católica. En cada ciudad o pueblo donde se
presenta, congrega multitudes en un clima de oración y con un profundo
contenido espiritual
En sus predicaciones el Padre Darío nos
dice:
“Abrir el corazón a Dios vale la pena”
“Yo me limito a decirle a quienes me puedan estar leyendo, que abran el corazón al buen Dios: vale la pena”.
“Puede que usted haya estado por mucho tiempo alejado de Dios. Vuelva a Él. Haga un acto de fe donde se encuentre. ‘Dios mío, yo te amo con todo mi corazón’, a ver qué le va a pasar. Puede que uno lo diga con la palabra y no con el corazón, pero Dios le escucha con el corazón, y así como cuando un niño grita ¡Mamá! y la mamá aparece, así es Dios. Porque somos sus hijos y aunque seamos sus hijos malos, nos ama”.
Buscando paz y sanación
La amplia mayoría de quienes asisten a las jornadas de evangelización buscan sanación espiritual o física. Buscan -lo dicen- estar más cerca de Dios. Tener un encuentro con Él.
“Yo me limito a decirle a quienes me puedan estar leyendo, que abran el corazón al buen Dios: vale la pena”.
“Puede que usted haya estado por mucho tiempo alejado de Dios. Vuelva a Él. Haga un acto de fe donde se encuentre. ‘Dios mío, yo te amo con todo mi corazón’, a ver qué le va a pasar. Puede que uno lo diga con la palabra y no con el corazón, pero Dios le escucha con el corazón, y así como cuando un niño grita ¡Mamá! y la mamá aparece, así es Dios. Porque somos sus hijos y aunque seamos sus hijos malos, nos ama”.
Buscando paz y sanación
La amplia mayoría de quienes asisten a las jornadas de evangelización buscan sanación espiritual o física. Buscan -lo dicen- estar más cerca de Dios. Tener un encuentro con Él.
EL padre
Betancourt dice que la oración todo lo puede conseguir. El problema es que la
gente no sabe rezar.
"La oración
es un encuentro personal, vivo, de ojos abiertos y corazón palpitante, como el
encuentro de un novio con la novia, o como se encuentra el esposo con la esposa
en el acto conyugal. Así debe ser el encuentro con Dios a través de la oración.
Pero la gente reza a las carreras, que es lo mismo que un beso a las apuradas.
Lo que hay que hacer es sentarse a conversar y decirle a Dios cuánto lo amamos
y hacerlo despacito, sintiéndolo y no pensando en otras cosas. Yo digo que orar
es el acto de acariciar a Dios."
Estos son libros
de su autoría.
VENGO A SANAR:
En este libro expongo los argumentos
bíblicos, teológicos y pastorales del don de curación
FUENTES DE
SANACIÓN: En este libro expongo cómo cada sacramento
instituido por Jesucristo sana el alma y el cuerpo.
SANADOS POR EL
ESPÍRITU: En este libro expongo
cómo la misma actividad divina que utilizó el Espíritu Santo en la persona de
Jesús, la quiere utilizar en cada uno de nosotros.
EL HOMBRE SANO: - En este libro ustedes encontrarán el
poder conocer y saber, hasta donde somos cristianos sanos o enfermos.
POR QUÉ CREO: - Es un libro para estudiar los dogmas más
fundamentales de la santa fe católica.
MARÍA SALUD DE LOS ENFERMOS:
- Es un libro en donde
expongo las cosas más hermosas sobre la virgen María que me ha enseñado un
hermano protestante de la universidad Oral Roberts en Tulsa, OK. Este libro
será próximamente publicado en Bogotá, Colombia y Ciudad de México.
ME LLAMAN BIENAVENTURADA: - Este libro trata
sobre la doctrina de la Santa Iglesia Católica, sobre la Virgen María que es
madre de Dios y que no tuvo más hijos, sino a Jesucristo.
ORAR EN EL SUFRIMIENTO: - Es un pequeño manual
de oración con el cual nos podemos dirigir a Dios en nuestras diferentes
necesidades. Se encuentran: los salmos del enfermo; las oraciones litúrgicas
del enfermo; el viacrucis del enfermo.
RUEGO POR ELLOS: - Es una reflexión ascético mística y
bíblica del capítulo XVII de San Juan. Es un libro que sirve mucho como lectura
espiritual.
INICIACIÓN EN EL MINISTERIO DE SANACIÓN: - Es una guía
para iniciar este interesante e importante ministerio, sobre todo a nivel
parroquial o de comunidades.
VAYAN Y CUENTEN: - Es un libro de testimonios de las
bendiciones y gracias concebidas por el buen Dios a muchísimas personas en
muchos lugares del mundo, es como un romance entre Dios y el hombre.
BAÑO DE LUZ: - Cuando no hay posibilidad de encontrar
una persona que nos pueda ayudar para la sanación interior una persona puede
ayudarse a sí misma con este simple método de oración.
E dos años reunió en el estadio de Vélez a
40.000 personas. Pero no se trató de un hecho aislado. Allí donde se presenta,
el padre Darío Betancourt arrastra multitudes. Viene al país desde 1975, cada
vez con más frecuencia desde hace un par de años. Esta vez llegó invitado por
el obispo de Bahía Blanca, monseñor Rómulo García, pero también predicó en
Tucumán, Salta y Jujuy.
PREGUNTAS DE UN REPORTAJE AL PADRE DARIO EN ARGENTINA
Usted hace
referencia al show de los pentecostales. Se dice que
la renovación carismática también toma elementos de ese supuesto show como una
forma de acercar gente a la Iglesia Católica. ¿Qué opina?
-No, la
renovación carismática no es para acercar gente ni mucho menos. El fin de la
Iglesia Católica no es retener a los fieles sino conocer y hacer conocer, amar
y hacer amar a Jesucristo, y si el Espíritu Santo está presente, ¿cómo uno va a
estar triste? Por eso las eucaristías son muy alegres, con aplausos y cánticos.
Si usted no es
carismático ni es sanador, ¿por qué lo siguen tan especialmente?
-Quizá lo que
me diferencia de otros sacerdotes es que he aprendido a manejar el don de orar
por los enfermos. Por eso, cuando doy retiros yo les enseño a los hermanos
sacerdotes el approach con
la gente. Les explico que cuando una persona viene no alcanza con darle la
bendición, sino que hay que ayudarla y descubrir que, a lo mejor, puede tener
odios, miedos, remordimientos o complejos, y hoy se sabe que más del 90 por
ciento de las enfermedades son de origen psicosomático. A través de la oración
se puede tener mucho éxito y es aquí que aparecen los famosos curas sanadores
que no son sino instrumentos para ayudar a desentrañar enfermedades psíquicas que
causan las enfermedades psicosomáticas. Tenemos estudiados setenta casos de
curaciones, de los cuales no decimos que sean milagro, pero que hay una
presencia especial de Dios en todos ellos, no hay ninguna duda.
¿Cómo se define
usted?
-Como un
predicador itinerante. Yo soy alguien que predica y reza. Pero contrariamente a
lo que se cree yo no pertenezco al movimiento de la renovación carismática, ni
soy fundador, ni líder, ni nada de nada. Yo le tengo mucha fe a la renovación
carismática, pero trato de no volcarme exclusivamente a ella, porque me
volvería parcial. Ellos son los que más me invitan a predicar, es cierto, y tal
vez muchos otros no me invitan porque me asocian demasiado con ese movimiento.
Pero a mí no me interesa ser carismático, o ecuménico, o catecúmeno, o de la
Legión de María, o de Comunión y Liberación, sino que quiero estar dispuesto a
atender a todos.
-¿Qué es la
renovación carismática?
-Es una
corriente de gracia del Espíritu Santo que se alcanza rezándole para que nos
ilumine y saque a flote los carismas que nos dio el día del bautismo.
Tag :
Movimiento RCC,
Cronográma de visita
By : Nuestra señora del Valle y San Vicente Palotti
EVENTO PADRE DARIO BETANCOURT
Lugar
del Evento:
Villa General Belgrano, La Cancha
Fecha
del Evento:
11 de marzo de 2005 desde las 15.00hs hasta
las 21.00hs aproximadamente.
Objetivo
del Evento:
Realizar una gran jornada de Evangelización
Participantes
del evento:
Sera invitada la población en general desde
la localidad de Alta Gracia hasta la ciudad de Rio IV, especialmente a los
respectivos párrocos.
Desarrollo
del Evento:
·
Recepción y ubicación de
los concurrentes al evento en sectores previamente delimitados teniendo en
cuenta especialmente a los enfermos.
·
15.00 hs: Canciones de
avivamiento y de preparación
·
16:00 hs. Presentación del
Padre Darío a cargo del Padre Juancho.
·
16:10 hs: Predicación del Padre Darío Betancourt
·
17:00 hs: Oración
·
17:10 hs: Descanso
·
17:25 hs: Predicación del Padre Darío Betancourt
·
18:10 hs: Oración
·
18:20 hs: Descanso
·
18:30 hs: Santa Misa
·
21.00 hs: Testimonios y
Cierre del Evento.
Tag :
Movimiento RCC,
By : Nuestra señora del Valle y San Vicente Palotti
Historia
Objetivos
Historia
La Renovación
Carismática Católica tuvo sus orígenes en 1967, cuando un grupo liderado
por William Storey y Ralph Keifer, dos profesores laicos de la Universidad
de Duquesne, en Estados Unidos, decidieron orar juntos para pedir el
Bautismo en el Espíritu Santo. Por influencia de
dos jóvenes laicos de los Cursillos de Cristiandad, Ralph Martin y Stephen
B. Clark, leyeron un libro pentecostal llamado La Cruz y El Puñal en
donde se narraba el ministerio cristiano del pastor pentecostal David
Wilkerson entre pandilleros neoyorquinos, recibieron su primera efusión
pentecostal en el Espíritu Santo.4 Luego habrían recibido el llamado “don
de lenguas” y otro tipo de carismas, como el de sanación, que son típicos de
toda corriente pentecostal o carismática. En poco tiempo el movimiento se
propagó a otras universidades, como Notre Dame, en Indiana y East Lansing,
en Michigan. Otro de los propagadores del movimiento carismático en la Iglesia
católica fue el pastor pentecostal David du Plessis, quien contribuyó al
acercamiento del nuevo movimiento católico a las distintas corrientes del
pentecostalismo protestante.
A los
pocos años de su nacimiento, la "renovación" traspasó las fronteras
de los Estados Unidos. A comienzos de los años 70, el movimiento carismático
arribó a América Latina, cuando
algunos predicadores protestantes
bautistas y católicos, en particular Francis
MacNutt, fueron invitados por el sacerdote colombiano Rafael García Herreros, eudista, quien
dirigía una fundación social y eclesial llamada "Minuto de Dios" para
ayudar a familias obreras. Varios sacerdotes y laicos de dicha comunidad
religiosa se adhirieron a esta corriente como su sucesor, el padre Diego Jaramillo, y desde entonces, el Minuto de Dios se ha convertido
en un importante (mas no único) centro de difusión del movimiento carismático en el ámbito regional, utilizando los
medios de comunicación como la prensa, la radio y la televisión, organizando
seminarios de iniciación (los ya mencionados "Seminarios de Vida en el
Espíritu"), asambleas, congresos, misas, retiros y otro tipo de
actividades.
El
movimiento carismático tuvo un gran impulso en la década de 1970 y un
crecimiento más lento, pero sostenido, a partir de los años 80.
En
América Latina la Renovación Carismática ha tenido gran acogida, debido en
parte a las particulares características festivas y espontáneas de su
población, que además es proclive a aceptar la presencia sobrenatural como
parte de la vida cotidiana.
La renovación
carismática suele tener como vehículo diversos difusores, entre ellos los
"Grupos de Oración", donde las personas se reúnen periódicamente para
alabar, adorar y bendecir al Señor, leer las Escrituras, ser
catequizadas y compartir su testimonio de conversión. Se
organizan congresos carismáticos de alabanza para grupos en particular, como,
por ejemplo, de adolescentes y jóvenes, de la vida consagrada, de matrimonios,
de solteros, etc. o generales.
En estos congresos y en los Grupos
de Oración se enfatiza la predicación, la oración, la glosolalia, la música, la alabanza, los testimonios de conversión de vida.
En la renovación carismática se
encuentran dos grandes modelos de organización.
El
primero, adoptado especialmente en América Latina, se centra en grupos de
oración parroquial, independientes entre sí, generalmente sin estatutos ni
superiores, sino solamente dirigentes, llamados también servidores, sin
autoridad jurídica, pero siempre sujetos a la autoridad eclesiástica. Cada
grupo elige algunos servidores que tienen como funciones principales: reunirse
para discernir en la oración lo que conviene al grupo; proponer y, si es
necesario, coordinar los servicios apropiados, como la acogida, orden, música
(cantos para la oración), biblioteca, etc.; proponer y organizar; estar en
contacto con los representantes de la Iglesia; conectar con la coordinadora de
la zona y en general estar siempre al servicio de los demás integrantes de su
grupo o comunidad de oración. El otro gran modelo de organización, es el de las comunidades de alianza, que se dan
cuando un grupo de carismáticos se compromete con estatutos, votos, diezmos y
otras estructuras. Este modelo surgió en los Estados Unidos desde la Comunidad La Palabra de Dios, y ha tenido gran
difusión en países como Francia, Bélgica, Italia y Alemania. Entre las
comunidades de alianza más reconocidas por su desarrollo y expansión
internacional se encuentran el Pueblo de
Alabanza, la Comunidad del
Emmanuel, la Comunidad de las
Bienaventuranzas y la comunidad Siervos
de Cristo Vivo.
Se
calcula que alrededor del 12 por ciento de los católicos son carismáticos, de
los cuales la mayor parte son latinoamericanos.
Objetivos
Fomentar la conversión
madura y constante a Jesucristo nuestro Señor y
Salvador
Fomentar una receptividad
personal decisiva a la persona, presencia y poder
del Espíritu Santo
Fomentar la recepción y
utilización de los dones espirituales, no sólo en la RCC,
sino también en la Iglesia en toda su extensión
Fomentar la obra de
evangelización en el poder del Espíritu Santo, incluyendo la
evangelización de los no bautizados, la reevangelizacion de los
cristianos
nominales, la evangelización de la cultura y las estructuras sociales
Fomentar el crecimiento
constante en santidad a través de la integración
adecuada de estos énfasis carismáticos en la plena vida de la Iglesia
Una
misa de sanación es una eucaristía en la que se enfatizan los carismas del
Espíritu Santo para dar fortaleza física y espiritual a los fieles.
Una
misa de sanación es una celebración eucarística normal, en la que se hace
énfasis en los carismas y dones del Espíritu Santo, a fin de difundir fortaleza
física y espiritual a la salud de los fieles.
Se
ha hecho usual que en algunos templos católicos, los fieles se reúnan para
tener celebraciones carismáticas. En ellas cantan con entusiasmo, levantan los
brazos y expresan su alegría con fuerza. Estos ritos suelen parecerse a los de
los protestantes evangélicos.
Pareciera
que estos ritos de entusiasmo, en los que se invoca al Espíritu Santo, son
contrarios a la liturgia católica. Sin embargo, existe un tipo de misas en las
que se invoca al Espíritu Santo para que infunda salud física y espiritual a
los fieles. Estas son las misas de sanación.
Toda
optimación viene de Dios, pues Él es la última perfección a la que las cosas
tienden según su naturaleza. Por tanto, toda salud, que es la conservación del
estado óptimo y natural, viene de Dios. En latín, salvación se dice salus,
palabra que dió origen a “salud”. Esto nos indica que la salvación es salud, o
sea, la permanencia en un estado óptimo que es principiado y encontrado en
Dios. Las misas de sanación intentan recuperar el estado óptimo perdido a
través de la invocación carismática del Espíritu Santo.
Estas
celebraciones pueden ser oficiadas por cualquier presbítero, y a ellas acuden
principalmente las personas que han perdido la salud del espíritu debido a la
desesperanza, la pérdida de la fe o la falta de caridad. De modo semejante,
acuden personas aquejadas por enfermedades corporales. Por desgracia, muchos
fieles acuden a las misas de sanación como un último recurso y buscando una
solución mágica a los problemas que sufren.
Debemos
decir que Dios no soluciona mágicamente las enfermedades físicas y espirituales,
sino que su Espíritu Santo nos mueve e inspira a buscar una solución.
Claro que Dios interviene en la existencia humana para su optimación, pero
tomando la naturaleza propia y mejorándola. Por tanto, es recomendable acudir a
las misas de sanación si se tiene un problema, pero no debemos buscar
soluciones mágicas ni espontáneas. En Dios siempre podemos confiar, pero
debemos saber que, no obstante los milagros existen, Dios cura las enfermedades
haciendo óptima nuestra naturaleza.
También
es recomendable saber que las misas de sanación deben seguir los lineamientos
de la liturgia, por lo que las actividades desmedidas como el baile, o el canto
inapropiado no son convenientes. Es buena la presencia de la música pues el
entusiasmo acerca a Dios, pero todo esto debe desarrollarse dentro de un marco
litúrgico apropiado.
Por
último, mencionemos que una misa de sanación no es un rito mágico. En una misa,
Dios se hace presente con su poder amoroso a través de los sacramentos.
Mientras que la magia intenta reclamar para el hombre el poder que solo es
propiedad de Dios. Dejemos que Él nos cambie para bien, que nos sane y que nos
haga felices, pues Él quiere que todos los hombres se salven, o sea, que tengan
un cuerpo y espíritu óptimos.
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